27 jun 2012

PUNTOS DE VISTA

El paisaje como territorio de la memoria Exposición PUNTOS DE VISTA Nadie puede poner en duda que nuestro transcurrir en el mundo está sujeto a una realidad que nos fija y nos define. El espacio que habitamos, en donde somos y en donde transitamos, es ante todo un límite y a la vez una extensión. Sabemos esto de manera intuitiva, de hecho, casi no nos detenemos a pensar en ello. Nos movemos, nos trasladamos, interactuamos, abrimos espacios pequeños dentro de este espacio mayor al que normalmente llamamos territorio, país, ciudad, campo, o simplemente tierra. Incluso negamos nuestros espacios y nos llenamos de cercas, de fronteras, de bardas y de paredes, a veces a éstos les llamamos límites territoriales, colonias, casas, propiedad privada. Parcializamos nuestra realidad entre bordes físicos, lindes mentales e incluso divisiones emocionales. Sin embargo esta noción primaria sobre la vastedad del espacio percibido y experiencialmente vivido sigue siendo el último y verdadero margen entre lo externo y nuestros cuerpos en donde se encuentra el territorio de lo interno. Ahí, entretejido en esta mínima y frágil realidad liminal, surge el paisaje. La conceptualización del paisaje natural y urbano parte de una estructuración del espacio y de la realidad a partir de una percepción histórica y cultural. El sentido de nuestro entorno, la manera en que nos relacionamos con él, es parte no solo de un largo proceso bio-neuronal, ni a través exclusivamente de una adaptación bio-social. El paisaje es consecuencia también de una percepción “simbólica” en donde vamos significando nuestro espacio vacío y ocupado, natural o creado, propio o ajeno, en un tejido resignificado constantemente, a partir de nuestra vivencia individual y colectiva. Más allá de la simple acumulación de accidentes orográficos o hidrográficos, el paisaje descubre la historia del mundo y su transformación constante por la acción humana. En el paisaje están presentes las huellas de nuestra trascendencia y de nuestra intrascendencia. Desde las experiencias más antiguas el paisaje es parte de una lectura del mundo en donde nos ubicamos física, emocional y espiritualmente. En ese sentido el paisaje es un ordenamiento de lo externo, es una manera de interpretar lo que está más allá de nosotros. Mirar es hacer el paisaje. No hay paisaje por lo tanto sin la mirada que lo define, lo estructura y lo transforma. Antes de la mirada solo hay montañas, árboles, edificios, nubes, pero no hay paisaje. La reconstrucción del espacio percibido en una realidad interiorizada hace que aflore, en la reconstrucción del recuerdo y de su apropiación a través del arte visual, el paisaje memorizado y por lo tanto impregnado de nuestra propio ser. El artista no trabaja solo con la materia para generar materia, es decir no usa materiales y técnicas para representar “cosas”. Su búsqueda va más allá, el paisaje con el que nos devuelve su mirada es el paisaje asimilado. Es el reflejo del reflejo, es la “reflexión” del paisaje, que es movimiento y transformación constante. Nada es igual, las estaciones se suceden, el tiempo transcurre, el entorno cambia. Lo cambiamos. Nos cambia. El paisaje representado es ante todo el transcurrir de todos los paisajes percibidos. Esto lo saben bien cada uno de los integrantes de esta exposición, se saben peregrinos, habitantes de diversos paisajes, no solo por sus historias de vida que les ha llevado a trasladarse constantemente, a estar repartiendo su tiempo entre diversos lugares, sino por sus búsquedas conceptuales y su constante estar entre los márgenes de la mirada. Petru Voichescu evoca a través de sus monotipos la composición del paisaje a través de la sobreposición de la imagen, en donde se apropia de la estratificación del territorio, de manera que hay un transitar espacial y a la vez un recorrido que implica el sentido de la temporalidad que está implícito en la observación de una realidad efímera. El paisaje de hoy no es el mismo de ayer, la primavera vibra de manera diferente al otoño, la posición del observador con respecto a lo observado varía la percepción de las formas y los tamaños. La posición del sol determina las texturas y los colores. Los elementos son abstraídos de sus espacios para convertirse en sí mismos en paisaje imaginado. Su lenguaje artístico se ve modificado por la vivencia misma del estar en el paisaje, posteriormente de pensar el paisaje, para después devolvernos en la intervención del medio visual, la inclusión de su mirada. Zina Sirutis por su parte juega con la colografía y la transferencia de imágenes sobre soportes trasparentes, en una doble dimensión, en donde la imagen figurativa se traspone al paisaje sugerido, el acercamiento del detalle se hace evidente y se funde en un espacio dilatado al fondo, en donde lo invisible se manifiesta. Vasos comunicantes que nos permiten además, conformar nuestros propias interpretaciones a través de los recuerdos personales. Ireri Topete dialoga con diversos planos conceptuales, en la construcción de imágenes que se entretejen, se interrumpen y se integran a través del grabado, el dibujo a tinta y la transferencia. La reiteración y la variación conforman un discurso rico en significados contrapunteados. Retazos que al recomponerse en un soporte traslúcido y delicado, nos devuelve en metáforas visuales un solo paisaje construido de muchos otros. La añoranza de lo cercano, de lo habitual y cotidiano que no puede ser apresado del todo y que también tiene algo del otro paisaje, del que no es propio. Si la posición en el espacio nos da diferentes perspectivas del entorno, los puntos de vista nos proporcionan múltiples manera de ver. Transitar en este pequeño espacio físico en donde está contenida la presente exposición es un recorrido simbólico en donde las fronteras se abren y podemos gozar de la vista espectacular de los diversos paisajes que habitan en los vastos territorios de la creatividad artística. Mónica de la Cruz Hinojos Puerto Vallarta, Jalisco, 14 de marzo del 2012

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